RIP Trabajadores Caja España-Duero

A los trabajadores de las rematadas Caja Duero y Caja España, hoy por hoy trabajadores del Banco Ceiss (no sabemos si mañana) nos están tallando un RIP irreverente, cínico y desvergonzado, que nos pesará como una losa. No descansaremos en paz con las bendiciones de la Junta de Castilla y León, que aunque ahora mire para otro lado, fue quien inyectó veneno en las venas de las Cajas para saquearlas y cuando el enfermo “se iba”, intentaron reanimarle con la creación de un “nuevo músculo financiero”, lo más de lo más: pura codicia política. Ni con las que nos lleguen desde Madrid, porque ellos debieron velar por su salud y no solo no lo hicieron, sino  que negociaron su muerte; ni con las de Bruselas, porque ellos dieron el visto bueno desde el palco de autoridades. Nuestro RIP hay que escribirlo con R de RABIA, con I de IMPOTENCIA y con P de PENA. Llevamos mucho tiempo, demasiado tiempo soportando mentiras, artimañas y trucos de magia financiera, demasiado tiempo tragando sapos, demasiado tiempo confiados en la “profesionalidad” de los que gestionaban, de los que dependía nuestro futuro y de los que hoy depende nuestro fracaso. Los trabajadores de a pie somos simples peones que remamos al ritmo del tambor que marca la orden de boga, como los convictos en las galeras, sólo que a nosotros nos han condenado despues de remar muchos años. Y las órdenes de boga eran claras: ahora combate, ahora ataque, ahora ariete. Cayendo la que nos está cayendo,  puede resultar fácil señalar a los culpables, a los que estaban en cubierta ordenando el ritmo de nuestros remos y muy poco o nada instruidos en las artes del mar. Ellos son los responsables del desaguisado porque en el mar las distancias se calculan en millas y no en Kilómetros, porque utilizaron el timón cual volante de coche, porque les hechizó el canto de las sirenas y porque tenían que haber sido humildes y no ordenar ataque cuando lo que tocaba era retirada. Siento rabia por no haber intuido que algo no iba bien, que sólo había aires de grandeza, por no habernos amotinado en la cubierta gritando ¡que no!. Siento impotencia porque me engañaron. Y siento pena porque, si en algún momento tuvimos un futuro medianamente digno, nos lo han arrancado de raíz. Todo se ha ido al carajo. Deseo que mis hijos y los de tantos que hemos sufrido esta tropelía, sepan castigar a los indecentes que han ensuciado de esta manera nuestras vidas. Cada vez que me cruce con ellos, sentirán que mis ojos les clavan en el corazón tres puñales manchados de rabia, de impotencia y de pena.

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