Crónica de una muerte anunciada (desde el corazón)

“Se me amontonan madre, tan lejanos los recuerdos de mis primeros años……”.

Qué bien lo decía Víctor Manuel añorando su niñez. Y qué bien me ha venido su canción para añorar la dulzura de “mis primeros” años en Caja de Ahorros de Salamanca y de “mis segundos” en Caja de Ahorros de Salamanca y Soria (Caja Duero). Me lo dieron todo: dulce cuando tocaba dulce y  agrio cuando no se podía endulzar.

Desde que la Caja entró en coma (no es el momento de señalar a los responsables, aunque haberlos haylos) fuimos muchos los trabajadores que intentamos no defraudar (no sé si siempre lo hemos conseguido), nos acostumbramos a tragar lágrimas amargas y tiramos para adelante con el enfermo entre nuestras manos.

El abatimiento que produce el informe médico comunicando la enfermedad terminal de tu madre o de tu padre no mitiga el dolor el día de su muerte. Hay quien piensa que es preferible el enfermo en coma y verle todos los días, a su desaparición. Yo creo que no, pero le echaré en falta. La crónica de una muerte anunciada ha marcado el último año de la Caja, pero no por saberlo es menos doloroso el momento de decir “se acabó”, de certificar el final de obra.

Las ventanillas de caja seguirán en su sitio y el despacho del director y las mesas de atención comercial, pero ni quiero ni puedo imaginar un trasatlántico atravesando el patio de operaciones ni a Glenn Ford abofeteando a una rubia platino en el despacho de la subdirectora (con el permiso de Serrat por apropiarme de sus “Fantasmas del Roxy”).

La angustia ha marcado mi último día de Caja. Al ver el RIP en sus puertas, en los impresos de caja, en la pantalla del ordenador, en las escasas minutas de hipoteca y hasta en los ojos de algunos clientes, la Virgen de la Amargura hizo su aparición y cubrió la mesa de mi puesto de trabajo con un obsceno manto. Me recordó muchos de mis muchos errores y le recordé algunos, quiero pensar, de mis pocos aciertos. Me dijo que no pusiera una flor sobre su tumba, porque se iba a marchitar y que no derramara lágrimas porque se iban a evaporar.

Como casi siempre, en mis 32 años, no hice caso y hoy, en la tumba de la Caja, he dejado un ramo de rosas azules mientras lloraba su muerte. La Caja ha dado su última función y el día 5 de diciembre se estrena una nueva entidad, un nuevo Banco, un nuevo empleador para nosotros.

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