Saber que se puede

Un mes de confinamiento en los alrededores de la Serranía de Cuenca, en este 2020, con el coronavirus echándonos el aliento en el cogote, da para mucho. Pero una confinación durante 2 años, sin coronavirus, en un colegio de PP Franciscanos Conventuales, dan para mucho más. Nunca entendí a que venía lo de conventual, por que no había convento y tampoco lo de PP, pero al parecer es porque eran padres. El caso es que yo empecé a echar en falta la casa de mi madre, de la que siempre había despotricado, empecé a fumar celtas cortos y a jugar al hijoputa, y yo, que nunca había dormido la siesta, empece a practicarla en los asientes traseros de un Mercedes que había en el desguace de al lado (decían que era en el que se había matado Nino Bravo en aquellas fechas). Sólo quería hacer lo que sabía que no se podía hacer y lo que nunca había querido hacer. Las transgresiones eran muy frecuentes en los pasillos, por el patio, en las clases, por el comedor o por la despensa y cuando eran descubiertas nos caían hostias hasta en el cielo de la boca…decían los PP que eran imprevistos que venían del otro cielo.

Hace 5 años, un grupo de los que estuvimos en aquel confinamiento, volvimos al lugar de los hechos, nos reencontramos con el pasado, ahora reconvertido en un centro privado de educación bilingüe y recorrimos lo que habían sido habitaciones, estudio, pasillos, patio, comedor y, aunque parezca mentira, yo lo reviví con nostalgia. Que contrariedad!.

Llegué a la ribera del Tormes después de aquellos 2 gloriosos años y la diferencia fue significativa, mayormente para la integridad física, y es que ya no bajaban imprevistos del cielo y los cíngulos los utilizaban para sujetar la túnica franciscana y no para otros menesteres mas dolorosos. Como dice el dicho, lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta, o lo que es lo mismo, de donde no hay no se puede sacar. Por primera vez en mi vida no quise romper la estadística popular y yo seguí a lo mio.

El primer año tuve un confinamiento parcial. Comenzaba a las 20:30 y acababa a las 7:00 del día siguiente. El resto del tiempo lo dedicaba a cumplir con las actividades esenciales del estudiante: poco tiempo en la Facultad, algo más en el bar Laso con el bocata de tortilla (cuando llegaba el giro), y el resto, osea casi todo el tiempo, en las interminables partidas de julepe de La Latina. Eso si: a las 20.30 toque de confinamiento. Pero coño!, que era a partir de esa hora cuando yo tenía “obligaciones esenciales” en la calle!, o es que no lo sabían? Pues parece que no. Fueron varias las noches que no me confiné hasta bien entrada la madrugada y casi siempre coincidió con las noches en las que las rondas de julepe sonreían. Y las tardes-noches que no podía cumplir con las obligaciones callejeras, me conformaba con contemplar desde mi habitación el palacio episcopal, clavando mi vista en las ventanas del despacho que utilizó, al inicio de la guerra civil, aquél enano bigotudo, que yo creo que levantaba el brazo con la mano abierta para parecer mas alto.

El segundo año se levantó el confinamiento y me desmotivé, las puertas estaban abiertas las 24 horas del día, los bocatas de tortilla a las 12 de la noche no sabían igual y las partidas de julepe perdieron interés, de hecho les pusimos hora tope: las 20:30. Que contrariedad!.

Más próximo en la linea del tiempo, y en alguna ocasión en el supermercado, he visto vacío el lineal de las aceitunas rellenas de anchoa y como un resorte he soltado un mecagüen: “con lo que me apetecían hoy unas aceitunas rellenas de anchoa y una cerveza al llegar a casa”. Nunca en mi vida he comprado aceitunas rellenas de anchoa para casa, salvo en puntuales ocasiones que recibes un WhatsApp del tipo : “mañana al mediodía vais a estar en casa? Para pasarnos a tomar una cerveza con vosotros”. Pero ese día no, ese día me apetecían y no había, o quizás me apetecieron porque estaban agotadas. Que contrariedad!.

Y ahora me han vuelto a confinar, no tengo actividad esencial para salir a la calle y al parecer soy persona de riesgo. Y aquí estoy encerrado en casa, sin cornadas en el parte a día de hoy y echando en falta las cosas que nunca hice y que no haré cuando me desconfinen, pero quiero saber que las puedo hacer. No sé si tiene que ver con la libertad individual o con el inconformismo, pero cada día que pasa queda un día menos para volver a no hacer lo que pueda.

Lo importante es saber que se puede.

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